¿A qué viniste, Cristina?
¿A padecer acaso el universo?
Los bosques, las ciudades ¿fueron nuestros?
Todos los dolores se remontan a tus días
Amaste, ¿naciste entonces, falleciste?
La vida pasa; el amor, en cambio, es para siempre
Allende tu inocencia renace en la alborada
Sobre los risas grises y las agrias noches
En cruceros de cartón surcamos el mar
Sobre un andén tan amplio como el mar Egeo
Aves amarillas graznaban bajo un cielo azul
De aire endulzado por frutos caídos
Mis brazos fueron estelas de arena,
Columnas a las que te aferrabas
Al escuchar rumores, al divisar
Ogros y gorgonas, espejismos sobre el agua