"El arte de gorriar" es un feliz encuentro. Concluyó con este título como punto final de un proceso paródico, al más hermoso, de uno de los libros de Julio César Londoño: "El arte de tachar". Luego de algunas etílicas deliberaciones, "alguien" cuyo nombre - como diría León de Greiff. "Si lo sé más no lo digo", acertó con la reflexión, valiosa por supuesto, acerca de la crítica y del crítico; lo propuso y bautizó, siendo acogido de inmediato por el autor. Hago reconocimiento de ello y a "ellos" por tan excelso producto.