Tomás de Aquino se ocupa de los temas políticos en tiempos que no son de crisis. Situación que es fundamental para entender el estilo de sus escritos y el modo de tratar esos temas. Es ésta una gran diferencia que distingue su obra de la de otros filósofos políticos, como Platón, Aristóteles, san Agustín o, entre los modernos, Hobbes. El tema político ha sido siempre especialmente sensible a las circunstancias en que se escribe sobre él, debido a la imposibilidad que tiene todo hombre inteligente de abstraerse de condiciones que forman parte de la vida de su propio espíritu. Si Agustín escribía su De civitate Dei bajo la impresión causada en su alma por el saqueo de Roma por las huestes de Alarico, y en vísperas de la irrupción de los vándalos en sus propias tierras del norte de África, Tomás, en cambio, compone sus obras en tiempos de Luis IX, el Santo, cuando Europa vivía el apogeo de la civilización feudal y de la cultura de la Cristiandad. La decadencia, que siempre está incubada en los momentos culminantes de una cultura, sólo iba a manifestar sus primeros síntomas hacia 1280, después de la muerte de Tomás. Esto significa que Tomás no encara el tema político considerado como problema universal. Lo único que para él tiene indudable universalidad son los principios de la política, entendida ésta como la parte más importante -pues de algún modo comprende a la monástica y a la económica- de la ciencia moral.